Posted on septiembre 19th, 2013 by vivirdeotramanera (21 La revista cristiana de hoy)
En el lejano año de 1972 se tradujo al español uno de los libros del
teólogo alemán Heinz Zahrnt. En la facultad de teología tuve que estudiar parte
de su contenido. Su título en español era: A vueltas con Dios. Y
esa expresión me ha rondado insistentemente la cabeza durante estos últimos
meses.
Sabemos que corrientes secularistas del siglo XX profetizaron el fin de la
religión para los inicios del siglo XXI. Y ya hemos comprobado que no acertaron
en su delirio profético. Los autores de la New Age, con su repudio del
racionalismo y su búsqueda ansiosa de equilibrio interior, nos hablan
insistentemente de espiritualidad y meditación, de trascendencia e iluminación,
de Dios y de espíritu. Y no parece que las grandes
religiones históricas vayan a desaparecer por ahora. El fenómeno religioso
sigue ahí exigiendo, al menos, análisis e interpretación.
Todavía me sorprende que autores contemporáneos en el ámbito del
pensamiento posmoderno, marcado por el politeísmo y el agnosticismo, por la
muerte filosófica y social de Dios, se les ocurra hablar positivamente de
religión, incluso que algunos de ellos deseen salvar al cristianismo. O dicho
de otra forma, que se empeñen en seguir «a vueltas con Dios».
La razón se ha hecho más humilde y los argumentos fuertes se han debilitado
abriendo espacios a los pequeños relatos que narran una cotidianidad que se ha
hecho más amable, aunque fuera haga mucho frío.
Que retorna la religión en este tiempo de complejidad no es solo una
percepción personal. Y ha despertado el interés de este observador de la
realidad que desea encontrar espacios de diálogo e interpretación que
iluminen —siquiera de forma tenue— la opacidad de la existencia en tiempos de
especial penumbra. Y si nuestra lectura es acertada será bueno detectar los
indicadores que apuntan hacia una hipótesis del retorno de lo religioso que,
para muchos, ha dejado de ser excesiva.
En efecto, creo que la proclama moderna de la muerte de Dios y la
secularización han abierto, paradójicamente, un nuevo espacio para la religión
en nuestra cultura occidental. Una nueva racionalidad deja sitio para la
pregunta sobre Dios sin los prejuicios modernos, y retorna una experiencia
conocida porque es proveniente de la concepción hebraico-cristiana cuya
herencia ha forjado nuestra civilización por mucho que esta ya no se profese
cristiana o se considere explícitamente laica. Aunque quizás sea mejor decir en
nuestro caso no tanto que retorna la religión cuanto que la filosofía (o al
menos una parte del pensamiento actual) parece interesarse de nuevo por ella
poniendo así de relieve la laicidad positiva como rasgo característico de la
modernidad.
Me he propuesto, en este nuevo trabajo, bajar a la arena de la filosofía y
dialogar con G. Vattimo para hacer emerger una reflexión crítica —y modesta—
afrontando algunos de los retos que la cultura emergente plantea a la
experiencia religiosa y, más concretamente, a la fe en el Dios de la tradición
hebraico-cristiana. No me cabe la menor duda de haber encontrado un espacio en
el que poder hablar de religión desde el pensar filosófico que «siempre ha de
estar entrelazado con la vida».
No se han encontrado las armas de destrucción masiva que justificasen la
violencia extrema ante la amenaza del terrorismo mundial (aunque el terrorismo
sea condenable en cualquier caso). Como no hemos encontrado las razones
fuertes que justificasen una intervención violenta sobre la violencia
del pretendido terrorismo metafísico. Hay solo ironía y distorsión. Hoy el
mundo es como es. Consecuencia de lo que fue. Proveniencia. Pero al llegar al
ocaso, nos damos cuenta de que este largo éxodo hacia una tierra nueva por el
desierto del pensamiento débil nos ha hecho más humildes, más libres, más
vulnerables.
Sin huir de la realidad y de su inevitable ambigüedad, sin nostalgias de la
omnipotencia de la razón moderna, quizás sea tiempo ya de escuchar viejos
relatos de una Presencia, que no se impone, de un Misterio, que ilumina
pudorosamente la noche y que alienta nuestra marcha bajo el sol del desierto.
Quizás podamos así recomponer nuestros compromisos éticos, reconocer y acoger
la humanidad del otro, abrir senderos en la jungla de la complejidad actual,
mientras seguimos por el camino «a vueltas con Dios».
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