Asumir el reto de cultivar la espiritualidad infantil y
juvenil nos exige un requisito previo: activar y desarrollar nuestra propia
espiritualidad. La educación de la inteligencia espiritual no debería compararse
con la transmisión de un saber, el trasvase de unos contenidos, sino que
debería concebirse como un conjunto de actividades que suscitan y despiertan el
sentir espiritual.
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